El precio de la paz interna





«¿Querrías hacer una oración por ellos?» fue la pregunta con la que un pariente me llamó al frente de toda la familia para orar por los cumpleañeros del mes. Una pregunta fácil de responder, la respuesta es «no», pero cuando se trata de responderle a seres queridos esta respuesta se hace más complicada.

Hace algún tiempo escribía sobre lo que en psicología se conoce como «disonancia cognitiva», que en términos simples, es el choque que hay cuando una idea nueva choca contra las creencias internas.

Recuerdo cuando —«por quedar bien»— aceptaba realizar una oración, sin embargo, el sentimiento que esto generaba en mí era algo fatal. Sentía que mi integridad se veía violada por hacer y decir algo en lo que no creía. Amo a mi familia, pero el sentimiento que genera el realizar un acto «religioso» en mi interior era horrible. No tengo inconveniente con asistir a un servicio o culto, de hecho e ido cuando quiero aprender algo nuevo; así fue como fui a un templo hindú con el propósito de aprender.

Independiente de si eres una persona atea o creyente —asumiendo que tienes tus valores firmes, y no, la religión no da la moralidad— sabes cuando tu integridad como ser humano se ve amenazada. Es cómo decirle a una persona que cree en dios que blasfeme de forma voluntaria, no lo hará, y por supuesto no es algo a lo que yo obligaría a alguien.

Ante la pregunta del inicio, si eso hubiese ocurrido hace cinco años hubiese pasado; con todo mi esfuerzo mental hubiera callado mi voz interna para orar. Lo malo es que después me sentía un mentiroso que no estaba siendo leal a mi integridad.

El precio que tienes que pagar por tener paz interna —al dejar tus creencias religiosas— es muy alto porque tienes que sacrificar relaciones... incluso familiares. Algunos comprenderán, otros... no.
¿Qué respondí? me acerqué a mi pariente y le pedí que me dejara dar unas palabras por el evento, pero que prefería que alguien más hiciera la oración.


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